Lo que voy a decir sólo tiene validez hoy y seguramente caducará mañana, como todo lo que viene ocurriendo en España desde hace dos años, pero lo cierto es que, visto en retrospectiva, el que ha jugado mejor sus cartas en estos meses ha sido Mariano Rajoy. Desde el gobierno y con mayoría electoral, no necesitaba forzar su presencia mediática, más bien incómoda y podía retirarse de la lucha por la investidura sin sufrir desgaste alguno y dejando a Sánchez la gratificante tarea, en su desesperada agonía darwiniana por la supervivencia, de arrastrar a Podemos en su suicidio. En un país en el que la mitad de la población prefiere conscientemente un “régimen” a una democracia y en el que la otra mitad está más cansada de la “política” que de un mal gobierno, una negociación infinita entre partes sobre todo interesadas en enarbolar “voluntad negociadora” sólo podía favorecer a los fósiles (el PP) y a los parásitos (C's).
Entre el PSOE y Podemos no ha habido ninguna negociación y no porque haya sido un “paripé” o “una comedia” sino porque ha sido -y sigue siendo- un potlach. El potlach era una ceremonia del pueblo kwakiutl, en norteamérica, que consistía básicamente en hacer ostentación de generosidad autodestructiva. Se trataba de distribuir mantas y regalos en público, en un acto de desprendimiento tan radical que a veces los rivales llegaban a quemar su propia casa con tal de demostrar una superior disposición al sacrificio dadivoso. La ceremonia tenía una vertiente festiva, espectacular, fanfarrona y altruista, pero en el fondo se trataba de una batalla y, tras el exhibicionismo lúdico, alentaba la tragedia; a través del gasto ostentoso y sin medida, los contendientes se jugaban la conservación del prestigio y del poder. Por lo tanto había que medir mientras se fingía no hacerlo; de lo contrario podían quedarse al mismo tiempo sin riqueza y sin apoyos. Ganaba el que más daba; el que daba poco quedaba fuera de juego. Ganaba el que no lo daba todo; el que daba demasiado se quedaba también sin medios para seguir jugando.
La peculiaridad del potlach postelectoral español es que en él una de las partes no necesitaba dar nada para hacer creer que daba mucho mientras que la otra hubiera necesitado darlo todo para hacer creer que daba algo. ¿Y esto por qué? Porque el potlach no se celebraba en una plaza sino en los medios de comunicación. Es comprensible y legítimo que los periodistas tengan su propia posición política; e incluso que consideren amenazado su país por un determinado proyecto y consideren que, contra ese proyecto, cualquier procedimiento -incluso el más radical, la mentira- es justificable. Lo que no pueden hacer es llamar a eso periodismo. Pues bien, en el potlach celebrado entre PSOE y Podemos, Sánchez ha contado con una riqueza adicional: las televisiones y los periódicos, que le han permitido aparecer como donante generoso, flexible y abierto mientras se atrincheraba en un pacto con C's que excluía de entrada y definitivamente a Podemos. Al mismo tiempo, en este binarismo pugnaz, el partido de Pablo Iglesias se veía obligado a escoger entre dos posturas igualmente entrópicas: la intolerancia, si es que defendía su programa, o la debilidad, si es que finalmente cedía para no quedar fuera de juego.
La pregunta es: ¿había que participar en el juego? Porque el problema es que los potlach tienen una característica muy ajustada al antagonismo político, en el que el consenso esconde siempre la tragedia de una relación de fuerzas desigual: si empiezas ya no te puedes retirar sin perder la batalla; pero si no te retiras a tiempo y consumes todas tus mantas y quemas todas tus casas, la puedes perder igual. El potlach, en realidad, lo empezó Podemos en enero con un gesto brillante y audaz: el de proponer al PSOE un gobierno muy parecido al que hubiese propuesto de haber superado a los socialistas en las elecciones del 20D. Entonces parecía una iniciativa brillante, casi genial, y de nada sirve lamentarlo retrospectivamente. De hecho era una iniciativa brillante y casi genial que puso en serios aprietos a la dirección del PSOE y sacudió a su electorado. Pero la dinámica del potlach, con su intercambio de golpes y la complicidad de los medios, en una España mitad “régimen” y mitad “im-política”, sumergió a Podemos en una corriente de la que no podía escapar y en la que ya no manejaba el timón. Las divisiones internas, añadamos, aceleraron el remolino.
En un potlach cada gesto aspira a ser el último, la dádiva final que desactiva el mecanismo, pero el mecanismo consiste precisamente en alimentarse de “últimos gestos”, eternamente, hasta que la consunción (o el tiempo) lo interrumpen. Cada respuesta de Podemos era una tentativa de acabar el potlach, el lance de una apuesta final, pero el PSOE, atrapado también en la corriente y consciente sólo del daño que hacía al rival, ya no podía detenerse y quemaba su casa para obligar a los otros a quemar la suya. En la plaza se hubiera podido ganar la partida; en los medios y en estas circunstancias lo único que se podía hacer era librarla sin descanso. Porque lo cierto es que son los propios medios, con sus formatos y sus manipulaciones, los que han impuesto el potlach como ceremonia de combate postelectoral. Ese combate, una vez comenzado, no se podía rehuir y Podemos, es verdad, se maneja con soltura ahí dentro. Ahora bien: se debería ser consciente de que su estructura (la de la ceremonia mediática) es la de una espiral, ya limitada en su arranque, que se va cerrando en cada giro y que, en la dinámica del potlach, acaba dejando sin margen de maniobra. Esta es la ley: no hay batalla sin los medios; no hay discursos completamente “soberanos” en los medios y en un potlach mediático que se prolonga indefinidamente se pierde siempre mucho más de lo que se gana.
Hay que saber acabar y Podemos no ha sabido; y no ha podido. La consulta ahora a sus inscritos forma parte del potlach y pretende ser el último gesto, el lance final que ponga fin a un juego en el que -todos son conscientes- ya nadie puede ganar nada. La consulta no debe reivindicarse como democrática ni denostarse como teatral. Hay que aceptarla como una trágica necesidad del juego y con esta conciencia -seria y responsable- participar en ella. Un no rotundo al acuerdo PSOE-C's, un sí menor al acuerdo Podemos-PSOE, no permitirán ni evitar un eventual gobierno de derechas ni facilitar un imposible gobierno del cambio, pero sí quizás dejar atrás este largo y extenuante potlach antes de que se queme la casa. O lo que es lo mismo: para poder empezar a reconstruir la casa.
Sánchez, terrorista suicida, ha dejado incólume al PP y robustecido a C's mientras conseguía su propósito de hacer daño a Podemos. Gran hazaña demostrativa de su voluntad de “cambio”. Él no sobrevivirá. Podemos quizás sí, siempre y cuando se dedique desde ya a preparar las elecciones, es decir, a recuperar a los que se han descolgado y a sumar a los que faltan. Esta tarea integra, a mi juicio, tres frentes. El primero es interno y pasa por institucionalizar los desacuerdos y reorganizar los afectos a partir de la evidencia de que una “política de cuidados” exige cuidar antes y mejor al compañero discordante que al afín y esto como condición para la movilización de los militantes y el compromiso de los amigos. El segundo frente es mediático y exige insistir de nuevo en lo común radical; es decir, en la economía y en la democracia, sin concesiones ni izquierdismos. El último es el frente político, en el que habrá que cuadrar el círculo para ampliar las confluencias, como pedía Ada Colau hace unos días y con arreglo al modelo que tan buenos resultados dio el 20D.
En una España mitad “régimen” y mitad “im-política” el potlach nos ha dejado a todos los españoles exhaustos. No será fácil volver a la brega. Pero en esta España centaura el tiempo es menos uniforme que nunca, dura más y está más cargado de contingencias. La situación es tal, en todo caso, que todos -incluso los fósiles y los parásitos- van perdiendo. El potlach ha acabado; volvamos a la política.
SAR, muy acertada la arguementación. Ahora bien, a los sabios hay que pedirles la luz. La luz para que Podemos no sea el tercero en discórdia, como aumentar para poder decidir. Aquí es donde se esperan las palabras de lo sabios.
Teniendo en cuenta que Podemos surgió con la promesa de dar voz al pueblo y de renunciar a los pactos en despachos, no es que Podemos no haya sabido acabar, sino que ha acabado como les ha dado la gana a su cúpula directiva o a los intereses que representen.
Más que al ´potlach´que usted nos describe, lejano y exótico, recuerda al ´slapstick´ más cercano a nuestra cultura y recordado popularmente por las cómicas escenas grouchomarxistas.
Y sí, Mariano debe estar encantado. Pero no él, que ustedes todo lo miden en personajes e individualismos: quien estará riendo a carcajadas será todo aquel millonario que temiendo que se produzca un tambaleo en su poder capitalista observe que toda la oposición que recibe sea este inocuo juego ciudadanista y electoralista que sólo conduce -como mal menor para ellos- a cierta reforma del sistema y en todo caso no perjudica en nada a sus mayores intereses.
Comparto a medias el análisis..con Podemos lo que pasa es que haga lo que haga estará mal..no hay otra posibilidad para el que examina desde fuera..si no hace cesiones,radicales, si se arriesga por pactar,cede en exceso..
La diferencia es que los medios cada vez engañan menos y con la última semana además se evidencia a quienes sirven..se olvida también que quienes confían en Podemos no pueden permitir otra cosa que la que se ha hecho:ceder sin renunciar y eso es lo mejor que puede hacer un partido que denuncia al sistema..
por otro lado,dudo que se beneficie PP y C´s simultaneamente..se olvida que el electorado es prácticamente el mismo,así que francamente si baja uno sube el otro y al revés..
El que ha quedado en evidencia es el PSOE, el de los cambios en miniatura, el que sólo quiere cambiar de caras pero no de políticas..el que simula una cosa y hace la contraria..
Seguir con las estrategias de los 90 ya no funcionan, porque les hemos visto traicionarnos muchas veces