Jesús Cuadrado *
Hasta tal punto se ha metido Venezuela en la política interior española que unas elecciones celebradas allí han conseguido eclipsar el histórico triunfo de la extrema derecha en Francia, ahí al lado. Si la Unión Europea no tenía suficientes problemas, con la amenaza de salida de Reino Unido, la crisis de los refugiados, la incapacidad para una respuesta coordinada frente al ISIS, y todos los desastres que se arrastran, ahora se le añade la amenaza del triunfo en Francia de un partido antieuropeo y de extrema derecha.
En su editorial de emergencia se pregunta Le Monde “cómo es posible que un partido reaccionario y xenófobo, con una ideología contraria a los valores de la República, pueda atraer a uno de cada cuatro votantes”. En realidad, a casi uno de cada tres. Eso me preguntaba yo, y por eso busqué en el gran diario francés. Desconcierto, pues, aunque estaban avisados, después de los resultados de las elecciones europeas y de las municipales. En toda la izquierda francesa, tampoco se encuentran respuestas, sólo preguntas y signos de desorientación. Cuando escribo, ni Hollande ni Valls han hablado, y los candidatos socialistas derrotados aceptan con poco entusiasmo la consigna de retirarse para la segunda vuelta o, como el candidato de la región del Gran Este, Jean Pierre Masseret, se niegan a retirarse porque consideran que esa táctica siempre ha favorecido al FN. Sarkozy, que está pensando en las presidenciales a celebrar dentro de año y medio, ha decidido que sus candidatos derrotados ni se retiren ni se fusionen con otras candidaturas.
Lo que expresa esta victoria histórica del FN es que, en Francia y en toda Europa, va ganando la política del miedo, como demuestra que la extrema derecha haya ocupado, paso a paso, la centralidad de la política francesa y esté arrastrando a los partidos mayoritarios, de la derecha y de la izquierda, hacia sus posiciones extremistas. El gobierno socialista ha adoptado medidas, a raíz de los atentados de París, que pretenden responder más a esa presión de las situaciones de pánico que a la eficacia. Detenciones o entrada en domicilios sin mandato judicial no son decisiones que se tomen por su utilidad sino por la presión del ambiente. Y, como se ve, tampoco les dan votos a quienes imitan al FN. Ni eso ni la grandilocuencia de Hollande cuando proclama en sede parlamentaria su solemne, y poco útil, “estamos en guerra”. Si le dan la razón al FN, ellos crecerán y los socialistas se hundirán. Así ha sido, pasando de gobernar en veinte de veintidós regiones a este descalabro con un 23 por ciento de los votos nacionales. Una derrota que afecta a toda la izquierda y a los ecologistas: juntos reúnen solo un 36 por ciento de los votos.
Tampoco le ha servido de mucho a la derecha que lidera Sarkozy imitar a los xenófobos de FN. Ha habido candidatos de Los Republicanos que han propuesto campos de internamiento para cuatro mil fichados por la policía o que no sea suficiente para considerar a alguien francés el hecho de tener el DNI correspondiente. Uno de ellos ha llegado a declarar en plena campaña que existe una guerra de la civilización judeocristiana contra el “islamofascismo”, nada menos. Una locura que no sólo se extiende por Europa. Donald Trump, candidato republicano a la presidencia de EEUU, al que algunas encuestas dan cinco puntos de ventaja sobre la candidata demócrata Hillary Clinton, no se queda corto a la hora de identificar refugiados sirios con terroristas. Ha llegado a decir que los solicitantes de asilo de religión musulmana podrían organizar “uno de los mayores golpes militares de todos los tiempos”. La candidata demócrata, por supuesto, le exige al presidente Obama mayor contundencia, no sea que la consideren una pusilánime.
Para la política no hay mayor catalizador que el miedo. Ese ha sido siempre el principal instrumento de trabajo electoral de la extrema derecha francesa. La encuesta preelectoral que hizo la empresa de sondeos IPSOS identifica a los votantes del FN como los más preocupados por la inmigración. Es lo que más motiva en las elecciones al 60 por ciento de sus votantes, muy por delante de paro o terrorismo, a diferencia de los demás electores. Ese es el asunto que, en éstas y en todas las elecciones explota el partido de Marine Le Pen, su mina electoral. Sé que no es políticamente correcto decirlo, pero están utilizando descaradamente el sentimiento de islamofobia como se utilizó el antisemitismo en los años treinta del siglo pasado. Sí, la estrategia del miedo a “los otros” da muchos votos. Así que, cuidado con “el huevo de la serpiente”.
La xenofobia no ha sido el único medio electoral utilizado por el FN. La primera declaración de Le Pen en la noche electoral ha sido para identificar la victoria con “la revuelta del pueblo contra las elites”. Poco importa que muchos no lo crean si se lo compran casi un 30 por ciento de los votantes. La encuesta citada de IPSOS dibuja un votante del FN que poco tiene que ver con la imagen clásica de extrema derecha y neonazis europeos. Son obreros y empleados, muchos jóvenes y gran parte de las llamadas “clases populares” de los barrios de las grandes ciudades. Forman parte de colectivos cansados de una vieja política de la que no se fían. De hecho, también en Francia se ha acuñado una expresión similar al PPPSOE de aquí; allí el LRPS, por Los Republicanos de Sarkozy y el Partido Socialista. Es decir, Marine Le Pen ha sabido capitalizar el voto contra la vieja política. Aunque en eso ha tenido la colaboración de unos partidos mayoritarios que circulan con luces cortas, como se verá en estas horas previas a la decisión de decidir qué hacen para la segunda ronda, si fusionan candidaturas o se retiran.
Lo que le faltaba a Europa. Después del vallado con púas para detener refugiados en la frontera entre dos países de la UE, Hungría y Croacia, tras la imagen cínica y de inutilidad ofrecida en la gestión de las últimas crisis, ahora un peligroso partido antieuropeo gana unas elecciones en un país decisivo para la construcción europea. Sin una visión compartida sobre los problemas, sin una estrategia común, sin líderes serios capaces de impulsar los cambios imprescindibles, la Unión de Europea puede saltar por los aires. ¿Y España? Mirando a Venezuela.
Venezuela hasta en la sopa y como dice el autor, ahí al lado, en Francia, en la UE, el fascismo ya tiene casi tantos votos como Hitler en los años 30. Y todos haciendo el juego a los propietarios de Radio Caracol y etc.